Una escultura imponente, no solo por sus veinte metros de altura, sino también por el mecanismo de células fotoeléctricas que emulan el movimiento de las flores naturales al abrirse según el sol.
Fue donada por el arquitecto Eduardo Catalano y desde abril de 2002, se encuentra ubicada en la plaza Naciones Unidas (Figueroa Alcorta 2301).